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Literatura

La España de Carlos III y el Sistema Americano


Retrato de Carlos III, de Francisco Goya y Lucientes.

por William F. Wertz y Cruz del Carmen Moreno de Cota

Este artículo está dedicado a la memoria de Carlos Cota Meza, al espíritu combativo de Mark Sonnenblick, a la victoria en contra de los quijanistas sinarquistas, y al futuro de la juventud iberoamericana.

España no siempre ha sido una criatura imperialista y teocrática de la Inquisición. En el siglo 18, y en especial durante el reinado del rey borbón Carlos III, de 1759 a 1788, España experimentó un renacimiento inspirado en Godofredo Guillermo Leibniz, equiparable al de la Revolución Americana, que sentó las bases para el posterior surgimiento de Estados nacionales soberanos independientes por toda Iberoamérica.

Los aspectos decisivos del reinado de Carlos III fueron:

1) la realización de extensas reformas en las reas de la educación y la economía basadas en el principio del bienestar general, lo cual prefiguró en España lo que después cobraría forma concreta en los Estados Unidos de América con el Sistema Americano;

2) la supresión y posterior expulsión de la Compañía de Jesús (o de los jesuitas) —fundada en 1540— y controlada por Venecia, producto de una política de separación de la Iglesia y el Estado basada en el principio de la soberanía nacional versus la institución oligrquica de la Inquisición española; y,

3) el apoyo a la Revolución Americana en contra del Imperio Británico, consolidado con el Tratado de París de 1763 que puso fin a la guerra de los Siete Años entre Gran Bretaña y Francia. En las primeras décadas del siglo 19, estas políticas llevaron a los Estados nacionales independientes de Iberoamérica a alcanzar su soberanía y a entablar una comunidad de principio con los EUA.

Es por estas políticas que los sinarquistas fascistas enquistados en la Iglesia católica (ver recuadro: Una definición corta de sinarquismo) y sus aliados británicos siempre han odiado la memoria de Carlos III, casi tanto como a la Revolución Americana. Sinarquistas fascistas como Fernando Quijano (un ex colaborador de Lyndon LaRouche) atacan con saña a Carlos III y defienden al rey habsburgo Felipe II, quien reinó de 1556 a 1598.(1) Para esto, Quijano torció el sentido del "Manifiesto en defensa de los derechos de Carlos III [de Habsburgo]" que Leibniz escribió en 1703 (en defensa del oponente habsburgo del primer rey borbón de España y padre de Carlos III, Felipe V, en la guerra de Sucesión de 1701-1712, quien era otro "Carlos III", también conocido como Carlos VI, archiduque de Austria y emperador del Sacro Imperio Romano), con el argumento falso de que Leibniz tenía una oposición tácita al borbón Carlos III, cuando de hecho las políticas de éste reflejaban precisamente la influencia de las ideas de Leibniz en el arte y el estadismo, como más tarde las expresaría el preámbulo de la Constitución de los EU en apoyo del concepto del bienestar general.

También es significativo que Quijano, uno de los creadores del MSIA (Movimiento de Solidaridad Iberoamericana) en 1992 —el cual fue un caballo de Troya sinarquista a la Mussolini desplegado contra LaRouche mientras éste estaba injustamente encarcelado en los EU—, odiara con vehemencia la obra del alemán Federico Schiller, el "poeta de la libertad". Las dos obras de Schiller que Quijano despreciaba más eran el drama Don Carlos (terminado entre 1785 y 1787) y el ensayo histórico "El gobierno jesuita en Paraguay" (1788). Schiller, quien nació el año en que Carlos III ascendió al trono de España en 1759, escribió ambas obras en los últimos años de su reinado. Schiller fue, por supuesto, un cercano colaborador de los hermanos Guillermo y Alejandro de Humboldt. Este último tuvo una participación crucial en sentar las bases de la independencia de las naciones de Iberoamérica.

La línea de Quijano era que Schiller, quien apoyó la Revolución Americana, era un "protestante ilustrado" cuyos ataques injustificados contra los jesuitas y la Inquisición de Felipe II estaban influidos por la "leyenda negra", que fue la campaña de propaganda angloholandesa para pintar la política de España en Iberoamérica como un genocidio inmisericorde. Por eso Quijano argumentaba que era imposible organizar el Instituto Schiller en Iberoamérica, y que era necesaria una nueva organización, el MSIA, basada en el propio fascismo sinarquista pro franquista y antiamericano de Quijano. Los dirigentes del MSIA, entre ellos Quijano y después Marivilia Carrasco, renunciaron a su asociación con LaRouche porque atacó la naturaleza fascista de la amenaza terrorista que representa el sinarquismo. LaRouche denunció el hecho que hoy, de nuevo, existe una red sinarquista activa en Francia, Italia y España, y que está desplegándose por todas las Américas en asociación con el fascista español Blas Piñar, en lo principal bajo la doctrina fascista de la hispanidad.(2) Los quijanistas están aliados con esta red en México, Venezuela, Brasil y Argentina.

Como veremos, fueron los gobernantes católicos de Francia, Portugal, España, Nápoles y Parma —y no el norte protestante— los que proscribieron a los jesuitas. De hecho, entre las acusaciones hechas contra los jesuitas en España estaban que mantenían "relaciones traidoras" con Gran Bretaña, y que la política jesuita en Paraguay era la de fomentar una guerra contra el legítimo Gobierno civil español. Así, el ensayo de Schiller no fue producto de una " 'leyenda negra' francmasónica urdida por los protestantes", sino que estaba basado en las acusaciones reales que el propio Carlos III hizo contra los jesuitas.

El Sistema Americano vs. el Imperio Británico

La expulsión de los jesuitas y sus posesiones de España en 1767, y el apoyo de Carlos III a la Revolución Americana de 1776, son un fuerte indicio de que Schiller, al escribir su Don Carlos sobre el hijo y heredero al trono de España Felipe II, estaba interviniendo en la historia de su tiempo, en apoyo a los esfuerzos de Carlos III contra las fuerzas de la Inquisición, que fueron las aliadas históricas de Felipe II (Schiller pensó por primera vez en escribir Don Carlos en 1782, en los últimos años de la Revolución Americana). Además, cabe destacar que durante su reinado, Carlos III desterró de Madrid al inquisidor general, aliado de los jesuitas. Así, en la obra de Schiller, Flandes es una metáfora de la Revolución Americana que Carlos III apoyó, y éste, el monarca español en el que el personaje don Carlos de Schiller trágicamente no logra convertirse debido al control opresivo ejercido por la Inquisición bestial sobre su padre Felipe II, lo cual combatió y venció Carlos III, cuyo propio padre era Felipe V.

Lo irónico es que, aunque Quijano intentó convertir el ataque de Leibniz de 1703 contra la sucesión borbona en España en una defensa de los Habsburgo, las verdaderas políticas de Leibniz de fomento a las artes y a las ciencias, y de desarrollo de la economía física para el bienestar general, las aplicó ni más ni menos que el borbón Carlos III. Las medidas que Carlos III tomó contra los jesuitas y la Inquisición también han de verse como un reflejo del proyecto de Leibniz de reunificar a las iglesias cristianas bajo una política ecuménica, basada en los principios que guiaron el parte aguas que fue el Concilio de Florencia de 1439.

Prueba de esto es la colaboración entre unos futuros EUA más que nada protestantes y las naciones borbonas predominantemente católicas de España y Francia, en contra de las políticas imperiales de Gran Bretaña, y a favor de una política que sólo después habría de conocerse como el Sistema Americano. Esta colaboración luego fructificaría en la comunidad de principio entre los Estados nacionales soberanos de las Américas, como la expresó el reconocimiento del presidente estadounidense James Monroe y su secretario de Estado John Quincy Adams de la independencia de las naciones iberoamericanas, una política que ahora sólo el ex precandidato presidencial estadounidense Lyndon LaRouche defiende.

Así que la verdadera historia de Iberoamérica no está en la ideología de la hispanidad, como la difunden los quijanistas. Esta ideología antiamericana fue una urdimbre nazi-sinarquista encaminada a extirpar las contribuciones de Carlos III a la fundación de los EU, al desarrollo de las naciones iberoamericanas, y a la colaboración de éstas con los EU.

El Tratado de Westfalia de 1648, que puso fin a la guerra de los Treinta Años en Europa, estaba basada en el principio ecuménico de que cada nación debe actuar en la ventaja del prójimo. En el transcurso de las décadas siguientes, esta paz dio paso a una rivalidad triple por el control de Europa entre la Francia borbona, el imperio Habsburgo y los británicos, quienes después de la contrarrevolución de Guillermo de Orange en 1688 representaron un naciente poder imperial financiero angloholandés de corte veneciano.

A lo largo del siglo 18 las redes de Leibniz en varias naciones europeas, en especial las de la Francia y la España borbonas, fueron el único contrapeso que hubo al surgimiento del Imperio Británico. Estas redes continuaron las políticas del Tratado de Westfalia a escala mundial, culminando con su apoyo a la Revolución Americana de Benjamín Franklin y sus seguidores, inspirada por Leibniz.

De ahí que no sea accidental que los defensores de la insurrección cristera sinarquista (1926-1929) contra México y su Constitución de 1917, como Jean Meyer, hayan calumniado al Gobierno soberano de México acusándolo de apoyar el "regalismo borbón". En México, como en toda Iberoamérica, la lucha por la soberanía nacional y el bienestar económico de la población requirió la misma clase de lucha contra las políticas sinarquistas ultramontanas de los elementos fascistas enquistados en la Iglesia católica, que la que libró Carlos III. Así, los precedentes de muchas de las medidas de la Constitución mexicana que acotan el poder del clero pueden encontrarse en los pasos que dio Carlos III en el siglo 18, primero en Nápoles y después en España.(3)

El concepto leibniziano del hombre vs. el feudalismo bestial

España estaba postrada desde el reinado del primer monarca habsburgo Carlos I (V), quien reinó de 1516 a 1556, y el de su hijo Felipe II, fruto de medidas que degradaron al hombre a una condición inferior que la de bestia de carga.

Las condiciones en España bajo los habsburgo y su gran inquisidor, como las describe Federico Schiller en Don Carlos, eran precisamente las que caracterizaron a la antigua Esparta bajo el dictador Licurgo. En su ensayo Las leyes de Licurgo y Solón, Schiller dice de Esparta que había perdido todo respeto por la especie humana, que la gente era considerada un medio y no un fin, que por ley la moral se había hecho trizas, que la mente de la población era constreñída a propósito, que todo progreso era confinado, toda industria ahogada, toda ciencia abandonada.(4) Lo mismo puede decirse de la España feudal.

En 1492 la reina Isabel y su esposo Fernando —quienes reinaron de 1479 a 1504 bajo la influencia del bestial gran inquisidor Tomás de Torquemada— expulsaron de España a la población judía. En 1609 Felipe III expulsó de forma definitiva a los musulmanes españoles, llamados moros. Estas expulsiones acabaron con la cultura ecuménica musulmano-judeocristiana que había florecido en la España andaluz siglos antes, y que la había convertido en la región más rica y avanzada de Europa en la artes, las ciencias y la economía.(5) Le propinaron un devastador revés a la España del gran Alfonso X el Sabio, quien gobernó Castilla y León de 1252 a 1282, y se hacía llamar el "rey de las tres religiones". Esta política de expulsiones siguió viva en la España habsburga con el culto a la "pureza de sangre", en el que para servir en el gobierno era necesario contar con un certificado de pureza para probar que uno no estaba contaminado con sangre judía ni morisca, y hasta el campesino más pobre, siempre y cuando fuera cristiano viejo, miraba con desdén a los nuevos cristianos descendientes de judíos conversos.

La ideología inhumana de estas expulsiones criminales, y de la persistente mentalidad racista que las acompañaba, no sólo destruyó cualquier noción de solidaridad humana, sino que también acarreó un desplome económico y poblacional. La nobleza feudal consideraba que el trabajo productivo estaba por debajo de su nivel; la ley del caballero le prohibía a cualquier noble o hidalgo realizar labor productiva alguna sin perder su condición de nobleza. De igual modo, cualquier actividad intelectual relacionada con los descubrimientos científicos y el desarrollo de tecnologías productivas era considerado una afrenta al "honor". Y el sistema educativo, que estaba en manos de los jesuitas aliados de la Inquisición, impuso un control mental aristotélico, en vez de fomentar la investigación científica.

La nobleza, en un estilo de veras aristotélico, trataba al resto de la población como virtuales ilotas, a quienes valoraba en menos que a los animales. En el más extremo de los casos, esto se vio reflejado de forma literal en los privilegios del feudal Consejo de la Mesta, el cual tenía el derecho de paso de sus rebaños de ovejas por terrenos cultivados, mientras que la ley le prohibía a los campesinos proteger sus campos con cercas. Entre tanto, la mayor parte de la carga tributaria recaía en esos mismos campesinos pobres, mientras que la aristocracia, los hidalgos y el clero estaban exentos.

Así, en vez de tratar a todos los seres humanos como creados a imagen del Creador, y de nutrir su facultad de cognición en beneficio de toda la sociedad, la oligarquía feudal española trataba al hombre como una bestia regida por su propio hombre-bestia, el gran inquisidor. El resultado era una cultura ociosa, en la que los talentos de la población no tenían oportunidad de contribuir al bien común mediante la actividad económica. Esta cultura de la España habsburga de Felipe II, contraria a la productividad y el progreso, fue la que Miguel de Cervantes satirizó con tanto éxito en su Don Quijote de 1605, donde un caballero haragán, al que le está prohibido trabajar gasta su tiempo leyendo historias feudales, enloquece, y sale con ímpetu al encuentro de toda una sociedad que a su vez está de cabeza y totalmente desquiciada.(6)

El logro de verdad sorprendente de Carlos III es que intentó, y en gran medida logró deshacerse de esta ideología feudal y remplazarla con un concepto leibniziano del hombre; aunque al final, luego de su muerte y de la invasión napoleónica de España en 1808, sus reformas fueron minadas.

Lyndon H. LaRouche ha llamado a Leibniz "el primer economista científico, en el estricto sentido moderno de ciencia". Las políticas económicas aplicadas con Carlos III fueron un reflejo del pensamiento de Leibniz, tanto como lo fue el Sistema Americano de economía política instrumentado por Alexander Hamilton. Los escritos de Leibniz estaban muy difundidos en la España de Carlos III y, de hecho, muchas de las reformas económicas y educativas emprendidas en España primero se ensayaron en la Sierra Morena, en una colonia de inmigrantes alemanes.

Dos obras de Leibniz son de una trascendencia particular: "Economía y sociedad",(7) y un memorando titulado "Sobre el establecimiento de una sociedad en Alemania para el fomento de las artes y las ciencias",(8) ambas de 1671. Ahí, Leibniz pone de relieve que el hombre es un espejo del amor de Dios y, así, un instrumento al servicio del "bien común" y de la "felicidad de la raza humana" a través del descubrimiento científico y del desarrollo de nuevas tecnologías. De ahí que, para Leibniz, es a través del descubrimiento científico "concebido mediante la hipótesis" que el hombre puede liberar, y es responsable de hacerlo, a sus hermanos hombres del estado bestial al que de otro modo están relegados en una sociedad que suprime esa chispa divina. Tal era el caso de la España habsburga que, bajo el manto de la religión, en realidad blasfemaba contra Dios al degradar Su imagen en el hombre.

En el primero de estos escritos, Leibniz argumenta que "todo el propósito de la sociedad es liberar al artesano de su miseria". Para lograr esto, Leibniz propone que la sociedad desempeñe una función positiva en fomentar una armonía de intereses entre los comerciantes y los artesanos mediante el desarrollo de la industria nacional.

En el sistema librecambista desregulado del capital monopolista, el sometimiento de los artesanos a la pobreza y a trabajos pesados constantes los vuelve improductivos. Por el contrario, una sociedad que considera la artesanía "una de las ocupaciones de mayor valía" —donde "la principal regla ha de ser el fomento al amor" y "la promulgación de las virtudes morales"— la fuerza laboral será más productiva, en beneficio de toda la sociedad.

Leibniz pide de manera explícita la intervención del gobierno para fomentar las manufacturas: "Se evita el monopolio, pues esta sociedad siempre quiere ofrecer las mercancías a su precio justo, o aun más baratas en muchos casos, al hacer que los bienes manufacturados sean producidos localmente en vez de tener que importarlos".

Es más, habría una comunidad de principio entre todos los países en los que dicho concepto fuese aplicado, de modo que "ningún país. . . sería favorecido por encima de otro, sino que cada uno florecería en aquellas áreas en las que Dios y la naturaleza le han permitido sobresalir".

En el segundo ensayo, Leibniz pide la creación de una sociedad o academia que mejore el dominio del hombre sobre la naturaleza mediante la ciencia y la tecnología. Pide la creación de "oportunidades y arreglos para concretar muchos pensamientos, invenciones y experimentos excelentes y útiles"; "para abastecer y crear recursos y reservas útiles, y otras cosas de que se carece, a gran escala"; "para unir la teoría y el experimento"; "para establecer una escuela de inventores"; "para mantener la alimentación de la gente, para establecer las manufacturas"; "para mejorar las escuelas, proveyendo a los jóvenes de ejercicios, idiomas y de la realidad de las ciencias"; "para poner a prueba y poder resolver todo en la química y la mecánica"; "para apoyar a los estudiantes pobres"; "para apoyar a la gente útil del territorio"; etc.

En 1672, un año después de escribir estas dos obras originales sobre la ciencia de la economía física, Leibniz viajó París, donde hasta 1676 trabajó en la órbita política del ministro de Luis XIV, Jean-Baptiste Colbert (1619-1683), cuyas políticas económicas, que era claro armonizaban con las de Leibniz, habrían de convertirse luego en la base de la transformación económica de España.

Como veremos, los principios delineados por Leibniz en estos memorandos fueron precisamente las políticas que Carlos III aplicó en España con ayuda de ministros como el gran Pedro Rodríguez Campomanes y Pérez, conde de Campomanes (1723-1803), y José Moñino, conde de Floridablanca (1728-1808).

La sucesión borbona

Considerado como un hecho aislado, es cierto que Godofredo Leibniz se opuso a la sucesión borbona en España, y que apoyó la del aspirante habsburgo, el archiduque Carlos de Austria. Pero, ¿cuál era la intención de Leibniz? Como él mismo lo expresó en 1703 en su "Manifiesto en defensa de los derechos de Carlos III [de Habsburgo]", su preocupación era que la Francia de Luis XIV, quien había fomentado varias guerras imperiales en Europa, absorbiera a España como una provincia, y representara una amenaza imperial a la paz establecida en Europa con el Tratado de Westfalia de 1648, tras la guerra de los Treinta Años. Leibniz argumentaba que el testamento de Carlos II, el cual establecía la sucesión, contravenía el Tratado de los Pirineos de 1659, que había llevado la paz a Europa al garantizar que la Corona francesa nunca gobernaría juntas a Francia y España.

Por supuesto, ésta era una preocupación legítima de Leibniz. Carlos II, quien estaba demente, ya había hecho saber que quería que el Archiduque de Austria fuera su sucesor. Sin embargo, poco antes de morir, sus asesores le presentaron un nuevo testamento que nombraba al duque Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia, de la Casa de los Borbón, como su sucesor, argumentando que la causa de preocupación expresada en el Tratado de los Pirineos ya no era válida.

Así, el duque de Anjou, quien devino en Felipe V de España (quien reinó de 1700 a 1746), llegó a este país el 28 de enero de 1701. Pronto lo desafió una gran alianza europea que el emperador Habsburgo, el rey de Inglaterra y los Estados generales de los Países Bajos concertaron en La Haya en septiembre de ese año. La declaración de esta alianza decía: "Esta unión de Francia y España habrá de hacéros, dentro de poco, tan enormemente poderosos, que van a ser capaces, a voluntad, de forzar a que Europa entera se doblegue ante el yugo de su desdichada tiranía". Y proclamaba que el archiduque Carlos de Austria era "Carlos III" de España. Esto precipitó lo que vino a conocerse como la guerra de Sucesión de España, la pelea entre las dinastías Borbón y Habsburgo por el control de la nación, hasta que en 1712 Felipe V le puso fin a la guerra renunciando a su aspiración al trono francés.

Es una ironía que, a pesar de la oposición de Leibniz, las políticas borbonas de la España de Felipe V, de su hijo Fernando VI y, por último, de Carlos III, fueron una mejor expresión de su compromiso con el bienestar general que las de Inglaterra, cuyo primer rey hannoveriano, Jorge I, tuvo la oportunidad de incorporar a Leibniz a su Gobierno, pero rehusó hacerlo. Ésas son las ironías de la historia.

'Habré de dedicar toda mi atención a mejorar el bienestar general de mis súbditos'

Carlos III nació en Madrid el 20 de enero de 1716, tras la guerra de Sucesión de España. Los primeros siete años de su vida estuvo al cuidado de una institutriz española. Después de los 7 recibió sus propios apartamentos en el Escorial. Adquirió un conocimiento suficiente del latín, el italiano, el alemán y el francés, así como también algo de historia, tanto sagrada como secular, bajo la dirección del conde de San Esteban (o de Santo Stefano en italiano). También le enseñaron los rudimentos de tácticas militares, ciencia naval, geometría y fortificación. Más tarde también desarrolló un interés por la mecánica.

Carlos era hijo de padre francés, Felipe V, y de madre italiana, Isabel de Farnesio de Parma. A los 15, en octubre de 1731, dejó España para convertirse en duque de Parma, posición que obtuvo por derecho materno. No sólo fue duque de Parma y Plasencia, sino heredero del Gran Ducado de la Toscana, que incluía a la gran ciudad del Renacimiento, Florencia.

Dos años después, en octubre de 1733, estalló la guerra de Sucesión de Polonia, cuando a la muerte del rey Augusto II de Polonia, Estanislao I trató de recuperar el trono polaco con el apoyo de su yerno Luis XV de Francia. Al candidato rival, Augusto III, lo apoyaban el archiduque Carlos de Austria, emperador habsburgo del Sacro Imperio Romano, y Rusia. España y Cerdeña hicieron alianza con Francia, la primera con la intención de recobrar Nápoles y Sicilia, que había cedido a Austria en 1713 con los tratados de Utrecht, al término de la guerra de Sucesión de España.

Fue en respuesta a este conflicto entre los Borbón y los Habsburgo que terminó el primero de los tres pactos de Familia entre París y Madrid. Aunque España siguió siendo una nación soberana con los reyes borbones el resto del siglo 18, hubo una alianza entre los dos Estados nacionales soberanos.

El 20 de enero de 1737, cuando cumplió 18 años, Carlos dejó la minoría de edad —misma que pasó bajo el control de una regencia— y se proclamó 'libre para gobernar y administrar independientemente a nuestros estados'. En medio del fragor de la guerra, Carlos, instigado por su madre para que conquistara las Dos Sicilias (Nápoles y Sicilia), entró el 10 de mayo en Nápoles, que había estado gobernada por los Habsburgo desde 1707. Ahora no sólo era duque de Parma, sino también rey de las Dos Sicilias.

Carlos se rodeó de ministros de confianza en Italia, quienes formaron su núcleo de asesores durante toda su vida. Luego amplió este núcleo, y en el proceso logró desarrollar un liderato calificado y unificado que compartía su perspectiva política, convirtiéndose en un instrumento eficaz de la revolución que efectuó. Aunque tuvo el beneficio de contar con hombres talentosos que lo asesoraran, es claro que él era el motor de todo.

En Parma, su principal asesor fue primero su viejo tutor, el conde de San Esteban. Su secretario de Estado fue otro español, el marqués de Monte Alegre, quien sucedió a San Esteban. Su secretario de Gracia y Justicia fue el marqués Bernardo de Tanucci, educado en derecho en la Universidad de Pisa. Tanucci primero fue asesor legal de Carlos como duque de Parma, después marchó al sur con el ejército borbón durante la conquista de Nápoles, y entonces pasó a administrar la justicia.

A los 23, cinco años después de convertirse en rey de las Dos Sicilias, Carlos dio dos pasos decisivos que dejaron claro su rechazo absoluto a la criminal política racista de la Inquisición española con relación a los judíos. En 1220 Federico II de Hohenstaufen, quien gobernó Sicilia y era tío de Alfonso el Sabio de España, arregló que Nápoles recibiera a los judíos. A esta política ecuménica le dio marcha atrás en 1540 Carlos V, el primer Habsburgo en gobernar España, nieto de la Isabel y de Fernando que expulsaron a los judíos del país en 1492, cuando también los expulsaron de Nápoles. Carlos III, actuando en la tradición ecuménica de Federico II y de Alfonso el Sabio, proclamó un edicto el 13 de febrero de 1739 abriéndole las puertas de Nápoles a los judíos. A raíz de esto, una facción anticristiana de la Iglesia católica, en alianza con la Inquisición, lo llamó "príncipe Carlos, rey de los judíos". La segunda medida directamente relacionada que tomó Carlos, fue evitar el establecimiento de la Inquisición en Nápoles. Estos dos actos, más que otra cosa, muestran la intención moral de Carlos, y presagian las políticas que luego aplicaría en España en cuanto a los jesuitas y la Inquisición española.

El papá de Carlos murió el 4 de julio de 1746. En consecuencia con su oposición a un dominio habsburgo, Felipe dio instrucciones de que no lo enterraran en el Escorial con todos los monarcas españoles previos, sino en San Ildefonso. Su hijo de su primer matrimonio lo sucedió como Fernando VI, quien reinó de 1746 a 1759.

A la muerte de su padre, Carlos ganó libertad de acción. Le dijo al embajador de Cerdeña: "Espero hacer que este reino florezca de nuevo y aligerarlo de impuestos. . . Aparte de esto, he revocado un impuesto, y habré de dedicar toda mi atención a mejorar el bienestar general de mis súbditos, porque deseo salvar mi alma e ir al cielo".(9) Este compromiso con el bienestar general de sus súbditos fue el principio rector del Gobierno de Carlos III, no sólo en Nápoles, sino después en España. Usó su reinado en Nápoles como preparativo de la subsiguiente transformación que efectuaría en España, tal como el rey Luis XI de Francia (1423-1483) instituyó reformas en la provincia de Delfinato, antes de convertirse en monarca y hacer de Francia el primer Estado nacional moderno. Lo que sintetiza la filosofía de gobierno de Carlos III era su dicho favorito: "Primero Carlos, luego Rey". En otras palabras, primero era hombre, y sus deberes de rey hacia sus semejantes partían de sus obligaciones como tal. Esto le recuerda a uno el llamado que le hace el marqués de Posa al rey Felipe II en el Don Carlos de Schiller: "¡Sé tú rey de un millón de reyes!"

En 1746 Carlos puso a un siciliano de Messina, Leopoldo de Gregorio, marqués de Vallesantoro y de Squillace, mejor conocido como Esquilache (1700-1785), de director general de Aduanas. Con el tiempo ascendió a secretario de Hacienda. En 1755, Tanucci quedó a cargo de las relaciones exteriores y de la Casa Real, y fue secretario de Gracia y Justicia. Esquilache para entonces ya era secretario de Hacienda, de Guerra y de Marina.

Cuando en agosto de 1759 murió su medio hermano Fernando VI, Carlos fue nombrado su sucesor. Carlos nombró a su hijo Fernando III de Sicilia y IV de Nápoles. Designó un consejo de regencia, con Tanucci a la cabeza, para que administrara el reino durante la minoría de edad de su hijo, y se embarcó para Barcelona en octubre, convirtiéndose en rey de España y de las Indias a la edad de 43 años.

Como rey de España, Carlos III estaba decidido a llevar a cabo la transformación de España iniciada por sus predecesores, pero que los poderes tanto de la Inquisición como del incipiente Imperio Británico habían obstaculizado. Tenía que acelerar el desarrollo económico de España e Hispanoamérica, pero hacerlo requería fortalecer la soberanía de España en tanto Estado nacional, suprimiendo a la Compañía de Jesús y reduciendo el poder de la Inquisición. También significó aplicar una agresiva política exterior antibritánica. Para lograr esto, tuvo que rodear su gobierno con un grupo de ministros comprometidos con su perspectiva.

Al principio, Carlos III hizo pocos cambios, conservando a la mayoría de los ministros de su hermano. Lo más significativo fue que remplazó al ministro de Hacienda don Juan Francisco de Gaona Portocarrero y Aranda, conde de Valdeparaíso, con el italiano Esquilache, quien había encabezado la administración financiera del reino de Nápoles en las funciones de secretario de Hacienda y de Guerra. Retuvo al irlandés Ricardo Wall y Uzer como secretario de Estado, mientras que Jerónimo Grimaldi, un italiano originario de Génova, fue su principal representante diplomático.

España había evitado participar en la guerra de los Siete Años entre Gran Bretaña y Francia, que empezó en 1756 con el predecesor de Carlos III, Fernando VI. El secretario de Estado de Fernando, Zenón de Somodevilla y Bengoechea, marqués de la Ensenada y de Valdeflores (1700-1785), había mantenido una política de estricta neutralidad bajo el argumento de que sería ocioso que España esperara igualar a Francia en la tierra, o a Inglaterra en el mar. Francia e Inglaterra siempre serán enemigas, decía, ninguna paz entre ellas durará. Según Ensenada, España será cortejada por ambas, pues puede ser el fiel de la balanza; así que la política adecuada para España es actuar con juicio según convenga, evitar la guerra y llevar a cabo de forma activa reformas internas.(10)

Ricardo Wall, en particular, opuso resistencia a una alianza entre España y Francia en contra de Gran Bretaña. Carlos III circunvino a Wall enviando a Grimaldi como embajador español a París en febrero de 1761, para proponer la firma de un tratado entre Francia y España, que remplazaría la política de neutralidad de Fernando por una de oposición al naciente Imperio Británico. El secretario de Estado de Francia, Étienne-François, duque de Choiseul, y Grimaldi de España, elaboraron dos tratados. Uno de ellos fue el tercer Pacto de Familia, firmado en febrero de 1761; el otro lo firmaron en secreto seis meses antes estipulando que, en caso de hostilidades con Inglaterra, España le declararía la guerra de no llegarse a un acuerdo de paz antes del 1 de mayo de 1762. Ensenada siguió oponiéndose a Carlos III, y participó en los esfuerzos por derrocarlo durante los disturbios de 1766 orquestados por los jesuitas. El anglófilo Wall renunció en 1763, luego de que el Tratado de París puso fin a la guerra de los Siete Años, y Carlos III lo remplazó con Grimaldi, quien conservó el cargo hasta 1776, cuando lo cedió a José Moñino, conde de Floridablanca.

En las secuelas del Tratado de París, Gran Bretaña logró establecer un nuevo imperio global controlado por la Compañía de las Indias Orientales británica. Pero España salió más beneficiada de lo que por derecho esperaba: recuperó Cuba y Manila, y, aunque le cedieron Florida a Inglaterra, en compensación recibió de Francia a Luisiana, mediante un tratado especial entre las dos cortes borbonas.

Después de 1763 el eje de la oposición al Imperio Británico estaría centrado en el esfuerzo por establecer una república leibniziana en Norteamérica. Luisiana, ahora bajo control español, devendría en la base de las operaciones españolas en apoyo de la Revolución Americana.

 

Las políticas económicas leibnizianas de Carlos III

1- La España de Carlos III y el Sistema Americano - Introducción
2- Las políticas económicas leibnizianas de Carlos III
3- La expulsión de los jesuitas de España
4- La participació de España en la Revolución Americana
5- La independencia de los Estados nacionales soberanos de Iberoamerica
•- Indice

 

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